ENSÉÑAME, CRISTIANA MUSA MÍA

 

ENSÉÑAME, CRISTIANA MUSA MÍA
 
Enséñame, cristiana musa mía,
si a humana y frágil voz permites tanto,
de Cristo la triunfante valentía,
y del Rey sin piedad el negro llanto;
la majestad con que el Autor del día
rescató de prisión al pueblo santo;
apártense de mí mortales bríos,
que están llenos de Dios los versos míos.
 

Las setenta semanas cumplió el Cielo,
porque llene la Ley el prometido;
vistióse el Hijo eterno mortal velo
la pequeña Bethlén le vio nacido;
guareció de dolencia antigua el suelo;
lo figurado se adoró cumplido;
vio la Paloma, Madre del Cordero,
en el sepulcro su Hijo prisionero.

El sol anocheció sus rayos puros,
y la noche perdió el respeto al día;
el mar quiso romper grillos y muros,
y anegarse en borrascas pretendía;
la tierra, dividiendo montes duros,
los intratables claustros descubría;
paróse el Tiempo a ver, con vista airada,
la suma eternidad tan mal parada.


Los cielos, con las lenguas que cantaron
maravillas de Dios cuando le vieron
muerto, piadosamente se quejaron,
y con llanto su luz humedecieron.
De los funestos túmulos se alzaron
los que largo y mortal sueño durmieron;
viéronse allí mudados ser y nombres;
los hombres, piedras, y las piedras, hombres

 Empero si al remedio del pecado
dispuso eterno amor yerto camino,
y la dolencia del primer bocado
necesitó de auxilio peregrino,
consuélese el delito ensangrentado
con el precio real, alto y divino:
destile Cristo de sus venas ríos,
y hártense de su sangre los judíos.


Era la noche, y el común sosiego
los cuerpos desataba del cuidado,
y resbalando en luz dormida el fuego,
mostraba el cielo atento y desvelado;
y en el alto silencio, mudo y ciego,
descansaba en los campos el ganado;
sobre las guardas, con nocturno ceño,
las Horas negras derramaron sueño


Temblaron los umbrales y las puertas
donde la majestad negra y obscura
las frías desangradas sombras muertas
oprime en ley desesperada y dura;
las tres gargantas al ladrido abiertas,
viendo la nueva luz divina y pura,
enmudeció Cerbero y, de repente,
hondos suspiros dio la negra gente.


Gimió debajo de los pies el suelo;
desiertos montes, de ceniza canos,
que no merecen ver ojos del cielo,
y en mustia amarillez, ciegan los llanos.
Acrecentaban miedo y desconsuelo
los roncos perros, que, en los reinos vanos,
molestan el silencio y los oídos,
confundiendo lamentos y ladridos.


En el primero umbral, con ceño, airada,
la Guerra estaba en armas escondida;
la flaca Enfermedad desamparada,
con la Pobreza vil, desconocida;
la Hambre perezosa, desmayada;
la Vejez, corva, cana e impedida;
el Temor amarillo, y los esquivos
Cuidados veladores, vengativos.


Asiste, con el rostro ensangrentado,
la Discordia furiosa, y el Olvido
ingrato y necio; el Sueño descuidado
yace, a la Muerte helada parecido;
el Llanto con el luto desgreñado;
el Engaño traidor apetecido;
la Envidia, carcomida de su intento,
que del Bien, por su mal, hace alimento.


Mal persuadida y torpe consejera,
la Inobediencia, trágica y culpada,
conduce a la señal de su bandera
gente, en su presunción desesperada;
la Soberbia, rebelde y comunera,
de sí propia se terme despeñada,
pues cuanto crece más su orgullo fiero,
se previene mayor despeñadero.


El pálido esqueleto, que, bañado
de amarillez como de horror teñido,
el rostro de sentidos despoblado,
en cóncavas tinieblas dividido;
la guadaña sin filos del pecado,
lo inexorable del blasón vencido,
fiera y horrenda en la primera puerta,
la formidable Muerte estaba muerta.


Las almas en el [L]imbo sepultadas,
que por confusos senos discurrían,
después que, de los cuerpos desatadas,
en las prestadas sombras se escondían,
las dulces esperanzas prolongadas
esforzaran de nuevo y repetían,
cuando el  ngel que habita fuego y penas,
ardiendo en los volcanes de sus venas,


vio de su sangre en púrpura vestido,
de honrosos vituperios coronado,
venir al Redentor esclarecido,
que fue en la Cruz, para vencer, clavado.
Viole venir, y ciego y afligido,
«¡Al arma!-dijo-. ¡Al arma!», y, demudado
de sí (viéndose), vio, ¡gran desventura!,
quien (cuando quiso Dios) tuvo hermosura.


«Dadme (mas ¿qué aprovecha?), dadme fuego;
cerrad la eterna puerta. ¿Quién me escucha?
¿No me entendéis? ¡Estoy perdido y ciego!
El mismo viene que os venció en la lucha.
¡Al arma! ¡Guerra! ¡Guerra luego luego!
Su fuerza es grande, y su grandeza mucha:
el mismo viene que os venció en la tierra,
y en los infiernos hace nueva guerra.


»Solo viene quien es tres veces santo;
si no hay más que perder, ¿de qué es el miedo?
Solo viene; mas solo puede tanto,
que en tantos acobarda lo que puedo.
La desesperación no admite espanto:
cuando poder inmenso le concedo,
intentaré vencerle, persuadido
que, si me vence, vencerá al vencido.


»¿Adónde están, adónde aquell[o]s bríos
que dieron triste fin a nuestro intento?
¿En dónde vuestros brazos y los míos,
que el antiguo valor ni veo, ni siento?
Cuando los siempre alegres señoríos
perder podimos, hubo atrevimiento,
¿y agora embota el miedo nuestra espada
cuando no se aventura el perder nada?


»¿Para que nos preciamos de la gloria
de hijos del Olimpo generosos?
¿Para qué conservamos la memoria
de los principios nuestros valerosos,
si al pretender defensa en la vitoria
estamos tan cobardes y medrosos?
Nadie es hijo del tiempo en este polo:
hijos de nuestras obras somos sólo.


»La espada de Miguel, su grave ceño,
nos venció en la batalla más violenta;
bien las heridas en mi rostro enseño,
que sin consuelo son, como sin cuenta.
Echónos de su alcázar, como dueño;
grande el castigo fue; pero la afrentamayor

será si a nuestra noche pasa,
y saquear intentare nuestra casa


»¿Viviremos cobardes peregrinos,
náufragos, fugitivos, desterrados?
Baste que de los cielos cristalinos
fuimos (a mi pesar) precipitados,
sin que intente el horror destos caminos,
y el veneno que inunda nuestros vados,
un... Íbalo a decir; pero ya junto
muchas memorias tristes en un punto.»


Acabó de tronar, y con la mano
remesando la barba yerta y cana,
y exhalando la boca del Tirano
negro volumen de la niebla insana,
dejando el trono horrendo e inhumano,
que ocupa fiero y pertinaz profana,
dio licencia a la viva cabellera
que silbe ronca y que se erice fiera.


Dejó caer el cetro miserable
en ahumados círculos de fuego;
de lágrimas el curso lamentable
Cocito suspendió; paróse luego
del alto cetro al golpe formidable,
el triste Flegetonte mudo y ciego;
ladró Cerbero ronco, y, diligentes,
de entre su saña, desnudó los dientes.


Pocas les parecieron las culebras
y los ardientes pinos a las Furias;
éstas vibraron las vivientes hebras,
y en vano lamentaron sus injurias,
cuando, por ciegos senos y hondas quiebras,
los ciudadanos de las negras curias,
con triste son, tras pálidas banderas,
vinieron en escuadras y en hileras.


La desesperación los aguijaba,
y alto miedo su paso divertía;
cuál de su compañero se espantaba;
cuál de sí propio temeroso huía;
la Majestad horrenda los miraba:
«¡Oh escuadrón valeroso! -les decía-,
porque a Dios no temimos, padecemos,
¿y, padeciendo agora, le tememos?


»¿No os acordáis del alto, del dorado
zafir, de quien son ojos las estrellas,
en la noche despierto y desvelado,
y de las armas del Arcángel bellas?
¡Oh qué escudo! ¡Oh qué arnés tan bien grabado,
de minas repartidas en centellas!
Pues todo, si vengáis nuestros enojos,
vuestra vitoria lo verá en despojos.


»Guardad los puestos; defended los muros;
la desesperación vibrará el asta.»
Luego, cerrojos de diamante duros
a la muralla de inviolable pasta
pusieron los espíritus obscuros:
así se pertrechó la infame casta,
guarneciendo los puestos repartidos,
y amenazando el cielo con bramidos.


Uno, de ardientes hidras coronado,
formaba en sus gargantas ruido horrendo;
cuál, de sierpes y víboras armado,
las estaba a la guerra previniendo;
otro, en monte de fuego transformado,
en las humosas teas viene ardiendo,
y cuál quita (corriendo a la batalla)
a Sísifo la peña, por tiralla.


Llegó Cristo, y al punto que le vieron,
¡oh qué grita del pecho desataron!
Los más del muro altísimo cayeron:
que los rayos de luz los fulminaron.
¡Qué de antiguas memorias revolvieron,
cuando, un tiempo, la alegre luz miraron!
Y, a pesar de blasfema valentía,
la eterna noche se llenó de día.


El miedo les quitaba de las manos
los pálidos funestos estandartes;
los pueblos tristes y los reinos vanos
resonaron en llanto por mil partes;
aparecieron claros los tiranos
muros y los tremendos balüartes:
para esconderse pareció al infierno
poca tiniebla la del caos eterno.


Cuál dijo, pronunciando su gemido:
«¡Nunca esperé suceso afortunado!»
Otro gritaba: «Siempre fui atrevido;
siempre vencido; nunca escarmentado».
Mas el Tirano, cuanto bien nacido,
por soberbios motivos derribado,
dijo: «¿Quién presumiera gloria alguna
del que nació en pesebre, en vez de cuna?


»No niego que, advirtiendo que venían
a adorarle los reyes del Oriente,
la estrella y los tesoros que traían,
conjeturé poder omnipotente;
mas cuando vi que de temor huían
con él sus padres al Egipto ardiente,
no sólo le juzgué, mal engañado,
hombre, mas juntamente desdichado.


»Si yo entregara a Herodes su terneza,
tuviera, entre los otros inocentes,
cuchillo, antes que pelo, su cabeza;
padeciera verdugos inclementes;
mas ¿quién juzgara tal de tal bajeza?
Siendo el oprobio y burla de las gentes,
vile llorar, y vi sus aflicciones,
y expirar en la Cruz entre ladrones.


»Tarda fue mi malicia y mi recato;
perezosa advertencia fue la mía,
cuando en un sueño hice que a Pilato
su mujer fuese de mi miedo espía;
faltóme la mujer en este trato;
no la creyó quien la maldad creía;
fié de la mujer la postrer prueba,
viendo que la primera logré en Eva.


»Veisle que, con abierta mano y pecho,
poblar quiere a mi costa los lugares
que desiertos están, y a mi despecho,
aumentando pesar a los pesares.
La posesión alego por derecho:
conténtate, Señor, con tus altares;
truena sobre las puertas de tu Cielo,
y déjame en el llanto sin consuelo!»


Dijo, y buscando noche en que envolverse,
y viendo que aun la noche le faltaba,
dentro en sí mismo procuró esconderse.
y, aun así, en sí propio no se hallaba.
Con las dos manos quiso defenderse
de la luz, que sus ojos castigaba,
cuando la voz del Rey Omnipotente
le derribó las manos de la frente.


«¿A vuestro Rey piadoso, a vuestro dueño,
(almas precitas), oponéis cerradas
las puertas duras del eterno sueño,
las cárceres sin fin desesperadas?
Ya conocéis mi belicoso ceño,
que milita con señas bien armadas.»
Repitiólo tres veces, de manera
que se abrió el grande reino a la tercera.


Como luz tremolante vuela leve
cuando el sol reverbera en agua clara,
que en veloz fuga se reparte y mueve
y en vuelo imperceptible se dispara,
así la mente de Luzbel aleve
(herida con el rayo de la cara)
de quien apenas todo el sol es rayo,
vagaba, entre las iras y el desmayo.


Alecto con Tesífone y Meguera,
Furias, su propio oficio padecieron;
en ellas se cebó su cabellera,
y con sus luces negras se encendieron;
perdió Cloto, turbada, la tijera;
las otras dos ni hilaron ni tejieron;
no osó el viejo Carón, con amarilla
barca, arribar a la contraria orilla.


Eaco el tribunal dejó desierto,
las rigurosas leyes despreciadas;
del temor, Radamanto, mal despierto,
se olvidó de las sombras desangradas;
por un peñasco y otro, frío y yerto,
las almas, en olvido sepultadas,
en vano procuraban, sin aliento,
dar a sus lenguas voz y movimiento.


Entró Cristo, glorioso en las señales
de su pasión, y, con invicta mano,
de majestad vistió los tribunales
donde execrables leyes dio el Tirano;
estremeció los reinos infernales;
halló al príncipe dellos inhumano,
tan fiero con la pena y la luz clara,
que era su medio reino ver su cara.


Hay, vecino a Cocito y Flegetonte,
grande palacio, ciego e ignorante
del rayo con que enciende el horizonte
la luz, peso y honor del viejo Atlante;
la entrada cierra, en vez de puerta, un monte,
con candados de acero y de diamante;
dentro, en noche y silencio adormecido,
ociosa está la vista y el oído.


Aquí divinas almas sepultadas
en ciega noche, donde el sol no alcanza,
stán si bien ociosas ocupadas
en aguardar del tiempo la tardanza.
Triunfa de las edades ya pasadas,
no ofendida y robusta, la esperanza,
honrándose de nuevo cada día
con crédito mayor la profecía.


Tembló el umbral debajo de la planta
del Vencedor Eterno, y al momento,
el monte con su peso se levanta,
obediente al divino mandamiento;
luego la clara luz, la lumbre santa,
recibió el triste y duro encerramiento,
y con el nuevo Sol que la hería,
hasta la niebla densa se reía.


En oro de los rayos del sol puro
se enriquecieron redes y prisiones;
viose asimismo el gran palacio obscuro;
vieron los viejos Padres sus facciones;
y, abrazando el larguísimo futuro,
templando a los suspiros las canciones,
de la puerta salieron todos juntos,
con viva fe, en la sombra de difuntos.


En lágrimas los ojos anegados,
el cabello en los hombros divertido,
la venerable frente y rostro arados,
con la postrera nieve encanecido,
con sus hijos, que en él fueron culpados,
y fueron para Dios pueblo escogido,
se mostró el padre Adan: el ciudadano
del reino verde que trocó al manzano.


Puso las dos rodillas en el suelo,
y, alzando las dos manos, le decía:
«¡Oh Redentor del mundo!¡Oh luz del cielo!
Llegó, Señor, llegó el alegre día:
Vos nos dais la salud, Vos el consuelo;
grande e inmensa fue la culpa mía;
grande, empero dichosa, si se advierte
que costó su disculpa vuestra muerte.


»¿Qué llagas son aquellas de las manos,
que en vuestra desnudez fueron mi abrigo?
¿Qué golpes son aquellos inhumanos?
¿Quién dio licencia en Vos a tal castigo?
Dio licencia el amor a los humanos,
de, quien, siendo mal padre, fui enemigo;
todos mis hijos son, y lo confieso:
que lo parecen en tan fiero exceso.


»Acuérdome, Señor, ¡memoria amarga!,
después que por mi mal el Limbo piso,
que luego que les di a los hombres carga
(así mi culpa y vuestra Ley lo quiso),
con espada de fuego, a prisión larga,
un ángel me arrojó del Paraíso;
quedó por guarda de la misma puerta,
porque a ningún mortal le fuese abierta.


»Ninguno pudo entrar: que, amenazante,
les puso a todos miedo reluciente;
Vos sólo, gran Señor, fuistes bastante
a salir con empresa tan valiente;
pues, con vestido humano, tierno amante,
os opusisteis a su espada ardiente,
y se hartó de cortar en Vos, de modo
que está seguro de sus filos todo.


»Osaré pronunciar el nombre de Eva,
pues vuestra siempre Virgen Madre en Ave
le califica muda, y le renueva,
con el sí que a Gabríel dijo süave.
No teme que la sierpe se le atreva;
que, viendo en Vos el Prometido, sabe
que el pie de vuestra Madre, con pureza,
la deshizo la lengua y la cabeza.


»Llevadnos, Hombre y Dios, a la morada
que yo perdí: pasemos a la Vida,
pues, satisfecha en Vos la ardiente espada,
nos asegura de mortal herida.»
Dijo, y, la vista en llantos anegada
en lágrimas la voz humedecida,
venerable en sus canas, con severa
voz, Noé razonó desta manera:


«Yo, cuando, con licencia rigurosa,
fue el mar abrazo universal del suelo,
y cuando, por la culpa vergonzosa,
la tierra con su llanto anegó el cielo
(¡tanto lloró!), fui yo quien la piadosa
máquina fabricó donde mi celo
las reliquias del mundo hurtó al diluvio,
hasta que vió los montes el sol rubio.


»Yo, en república corta y abreviada,
salvé el mundo con arca de madera.
mas Vos, del Testamento arca sagrada,
de la que sombra fue luz verdadera,
salváis de pena inmensa y heredada
los que osaba anegar culpa primera.
Yo salvé siete en el bajel primero:
Vos solo, todo el mundo en un Madero.


»Yo paloma envié que me trujese
lengua de lo que en tierra se hallase;
Vos, porque vuestro amor se conociese,
enviasteis paloma que llevase
lenguas de fuego al mundo, y que las diese,
porque mejor con ellas se enjugase:
Vos sois ... »Mas Abrahán, que ve en su Seno
a Cristo, dijo, de misterios lleno:


«Ya, grande Dios, ya miro en Vos, ya veo
lo figurado en mi obediente mano,
cuando el único hijo, a mi deseo
os quise dar en sacrificio humano.
Ya toda mi esperanza en Vos poseo;
ya entiendo el gran misterio soberano;
el Cordero sois Vos, manso y sencillo,
que de la zarza vino a mi cuchillo.


»Esperé entonces contra mi esperanza,
pues, aguardando que de mí nacíese
generación sin fin, mi confianza
quiso que [en] mi unigénito muriese;
mas a tan grande hazaña sólo alcanza
tu Padre, porque sólo en Él se viese
quedar el Hijo en que Él se satisfizo:
si Abrahán lo intentó, sólo Dios lo hizo.»


Más le dijera, si de Isaac el llanto
no atajara su voz, diciendo: «¡Oh hijo
del Re
y que pisa el bien dorado manto,
y tiene sobre el sol asiento fijo!,
¿mi haz en vuestros hombros, siempre Santo?
¿Vos con mi haz? ¿Cargado Vos?», le dijo,
y enmudeció; que, a fuerza de pasiones,
el llanto le anegaba las razones.


Tras él, Jacob, de entre el horror, salía,
defendiedo los ojos con la mano:
que la luz clara y nueva le ofendia
la vista, que enfermó reino tirano.
«Vos sois la escala, Vos, Señor -decía-,
que yo soñé en el verde y largo llano.
La Cruz es la escalera prometida;
los clavos, escalones y subida.


»Camino angosto de la tierra al cielo
yo ascenderé por ella peregrino.»
«y yo -dijo Josef- tenderé el vuelo
por vuestra escala a Vos, que sois camino.
Yo soy aquel humano que en el suelo
representó vuestro valor divino;
yo soy el que vendieron inhumanos,
corno a Vos vuestros hijos, mis hermanos.»


Voz trémula, delgada y afligida
se oyó, diciendo: «Yo, Señor, espero.
con vuestra claridad, descanso y vida;
caudillo fui de vuestro pueblo fiero;
Moisés su vara en Vos mira vencida,
con maravillas del Pastor Cordero;
el maná en el desierto fue promesa
del manjar consagrado en vuestra mesa.


»Cuando en la zarza os vi fuego anhelante,
y en pacífica llama repartido,
detener el incendio relumbrante,
y a la zarza ostentaros por vestido,
igualmente por fuego y por amante,
os adoré con gozo repetido;
allí vi los misterios enzarzados,
y los miro de zarzas coronados.


»La médica serpiente, que en la vara,
imitada en metal, tan varias gentes,
con oculta virtud, con fuerza rara,
mordidas preservó de otras serpientes,
hoy símbolo y emblema se declara
de Vos, Señor, que, en una cruz pendientes
los miembros, dais remedio en forma humana
a los mordidos de la sierpe anciana


 Dijo, dando lugar al sentimiento
del grande Josüé, que llora y calla
a persuasión del gozo y del contento
que en las amanecidas nieblas halla.
«El sol obedeció mi mandamiento,
y dio más vida al día en mi batalla:
cual otro Josüé, nos ha parado
en Vos el Sol eterno y deseado.


Querer decir el número infinito
de los que rescató de las cadenas,
fuera medir al cielo su distrito
y contar a los mares las arenas;
la mies que nube y río en el Egito
la licencia del Nilo riega apenas;
las hojas que, espumoso y destemplado,
desnuda otoño a la vejez del prado.


Sólo quisiera voz, sólo instrumento
que al mérito del canto se igualara,
para poder decir el sentimiento
del alma de David ilustre y clara.
Salió juntando al arpa dulce acento,
y viendo al Redentor la hermosa cara,
en sus cuerdas, ufano, al mesmo punto,
el ocio y el silencio rompió junto.


«Desempeñastes mi palabra, dada
tantas veces al mundo en profecía;
ya se llegó la hora, ya es llegada:
eterna reina en Vos mi monarquía.
El coloso que, en pública estacada,
siendo pastor, gimió mi valentía,
no le venció mi piedra ni mi saña:
que en Vos, piedra angular, logré la hazaña.


»¿En dónde habéis estado detenido,
prolijo plazo y término tan largo,
mientras en la garganta del olvido
de la esperanza nos posee el embargo?
La fe, con dilaciones ha crecido;
examinóse en el destierro amargo:
padre me llama vuestro afecto tierno,
siendo de eterno Padre el Hijo eterno.»


Dijo, y, en venerable edad nevadas,
mostraron los profetas sus cabezas.
¡Oh cuán ancianas frentes arrugadas!
¡Oh cuán blandos afectos y ternezas!
Juntas las manos santas levantadas
quisieron referirle sus grandezas;
mas Cristo, que los ve llegar con prisa,
les mostró en el semblante amor y risa.


«Llegad a Mí, llegad, dulces amigos,
cuyo saber al tiempo se adelanta;
llegad a Mí, llegad, seréis testigos
de lo que publicó vuestra garganta:
encarné, por librar mis enemigos,
en Virgen siempre pura, siempre santa;
pariórme, sin dolores; nací de Ella:
siempre intacta quedó, siempre doncella.


»Con los doce cené; Yo fui la cena:
mi cuerpo les di en pan, mi sangre en vino;
previne mi partida de amor llena,
y Viático quedo a su camino.
Que me quede en manjar amor ordena,
cuando a la Cruz me lleva amor divino;
encarné por venir, y, al despedirme,
en el Pan me escondí por no partirme.


»Cenó conmígo, de venderme hambriento,
Judas, varón de Carïoth ingrato;
mi cuerpo despreció por alimento,
que le alcanzaba de mi mismo plato;
amigo le llamé en el prendimiento,
porque, ya que me daba tan barato,
cuando se pierde a sí, y en Mí su amparo,
no le costase lo barato caro.


»Vivi treinta y tres años peregrino,
perseguido de todos los humanos;
mostrélos mi poder, alto y divino,
en obras de mi voz y de mis manos;
fui verdad, y fuí vida, y fui camino,
porque fuesen del cielo ciudadanos.
No digo de la púrpura la afrenta,
ni los trabajos que pasé sin cuenta.


»Después que ennoblecí tantos agravios,
que atesora el amor en mi memoria;
después que me escupieron viles labios,
ensangrentando en mi Pasión su historia,
a muerte me entregaron necios sabios,
sin saber que en mi pena está su gloria;
claváronme en la Cruz ...» Y aquí fue tanto,
que suspendió la voz del coro, el llanto.


Entre todos, quien más dolor sentía
y quien de más congojas muestras daba
era el gran padre Adán, que se hería,
y ni rostro ni canas perdonaba.
«¿No ves -dijo el Señor- que convenía
para que la alma no muriese esclava?
Di el Cuerpo entre ladrones al madero,
y uno me despreció por compañero.


»Mi Cuerpo en el sepulcro está guardado,
de eterna majestad siempre asistido;
al sol tercero está determinado
que resucite, de esplendor vestido;
el premio de mi sangre ha rescatado
vuestra esperanza del obscuro olvido:
seguidme adonde nunca muere el día,
pues vuestra vida está en la muerte mía.»


La voz que habló del Verbo en el desierto
dulce sonó por la garganta herida;
de tosca y dura piel salió cubierto
el que nació primero que la vida,
y el que primero fue por ella muerto,
con mano al cielo ingrata y atrevida;
que, como al Sol divino fue lucero,
primero vino, y se volvió primero.


Éste, cuya cabeza venerada
fue precio de los pies de una ramera;
a cuya diestra vio el Jordán postrada
la grandeza mayor en su ribera;
donde, con voz süave y regalada,
el gran Monarca de la impírea esfera,
con palabras de fuego y de amor, dijo:
«Éste es mi caro y muy amado Hijo»,


viendo de ingratas manos señalado,
a quien él, con un dedo solamente,
señaló por Cordero sin pecado,
libertador del pueblo inobediente,
dijo: «Sín serlo parecí culpado;
decirlo así tan gran dolor se siente,
pues sin temer sus dientes y sus robos,
siendo Cordero, os enseñé a los lobos.


»Viendo que yo enseñaba lo que vía,
maliciosos osaron preguntarme
si era profeta, y, ciega, pretendía,
con los profetas, su pasión negarme;
y mi demonstración en profecía
quisieron con engaño interpretarme:
juzgaron por más fácil sus enojos
el negarme la voz que no los ojos.


»Yo fui muerto por Vos, que, coronado,
por todos fuisteis muerto, cuando el día
vio cadáver la luz del sol dorado.»
«Vos fuisteis precursor de mi alegría
-le dijo Cristo a Juan-, vos, degollado
del que buscaba la garganta mía:
tanto más que profeta sois al verme,
cuanto excede el mostrarme al prometerme.


»Seguidme, y poblaréis dichosas sillas,
que la Soberbia me dejó desiertas;
dejad estas prisiones amarillas,
eterna habitación de sombras muertas;
sed parte de mis altas maravillas,
y del cielo estrenad gloriosas puertas.»
Dijo, y siguió su voz el coro atento,
con aplauso de gozo y de contento.


Luego que el ciego y mudo caos dejaron
y alto camino de la luz siguieron,
desesperados llantos resonaron
de las escuadras negras que lo vieron;
las puertas de su reino aun no miraron:
que, medrosos de Dios, no se atrevieron;
pues, viéndole partir, aun mal seguros,
huyeron de los límites obscuros.


Subiéronse a los duros y altos cerros
y viendo caminar la escuadra santa,
la Invidia les dobló cárcel y hierros,
no pudiendo sufrir grandeza tanta;
reforzóles la pena y los destierros
ver su frente pisar con mortal planta;
los ojos les cubrió nube enemiga,
y el aire se vistió de noche antiga.


Llegó Cristo, glorioso en sus banderas,
en tanto que padece el Rey violento,
del siempre verde sitio a las riberas
que abrió con su Pasión y su tormento;
rïeronse a sus pies las primaveras,
y en hervores de luz encendió el viento;
abriéronse las puertas cristalinas
y corrió el Paraíso las cortinas.


Hay un lugar en brazos de la Aurora,
que el Oriente se ciñe por guirnalda;
sus jardineros son Céfiro y Flora,
el soI engarza en oro su esmeralda;
el cielo de sus plantas enamora,
jardín Narciso de la varia falda,
y el comercio de rosas con estrellas,
enciende en joyas la belleza dellas.


Por gozar del jardín docta armonía
que el pájaro desata en la garganta,
a las tinieblas tiraniza el día
el Tiempo, y con sus Horas se levanta;
su luz, y no su llama, el sol envía,
y, con la sombra de una y otra planta.
seguro de prisión del yelo frío,
líquidas primaveras tiembla el río.


El firmamento duplicado en flores
se ve en constelaciones olorosas;
ni mustias envejecen con calores,
ni caducan con nieves rigurosas;
naturaleza admira en las labores;
con respeto anda el aire entre las rosas:
que sólo toca en ellas, manso, el viento
lo que basta a robarlas el aliento.


Pródiga ya la luz de su tesoro,
más claros rayos recibió que daba;
acrisolaron los semblantes de oro
las espléndidas luces que miraba
el Redentor; siguió el sagrado coro
el pie de Cristo, y en su Cruz se clava;
saludó Adán la antigua patria, y todos,
después, la saludaron de mil modos


Luego que la promesa vio cumplida
Dimas, gozando el Reino del reposo,
dijo: «Yo, con mi muerte, hurté mi vida;
yo sólo supe ser ladrón famoso;
fue mi culpa a tu lado ennoblecida;
mi postrer hurto llamarán glorioso,
pues, expirando con afecto tierno,
hurté el cuerpo a las penas del infierno.


»Condenóse un discípulo advertido,
y salvóse un ladrón bien condenado.
¡Oh piélago en misterios escondido!
¡Oh abismo en tus secretos encerrado!
¡Un apóstol precito y suspendido!
¡Un ladrón en la Cruz predestinado
Hoy me dijiste que seria contigo
en tu reino: hoy le gozo, y hoy te sigo.


Temiendo nueva carga, blandamente,
Atlante añadió al hombro cuello y brazos;
que aguarda mayor peso que el presente,
después que Dios cumplió tan largos plazos.
Dejó en el Paraiso refulgente
a Ios que desató de ciegos lazos
Cristo Jesús, y se volvió a la tierra,
Porque su cuerpo triunfe de la guerra.


Pasaba el cielo al otro mundo el sueño
y en nueva luz las horas se encendían;
cedió a la aurora de la noche el ceño
y dudosas las sombras se reían;
el silencio dormido en el beleño
las guardas con letargo padecían,
cuando se vistió la Alma soberana,
en Cuerpo hermoso, la porción humana


Cuando la piedra que el sepulcro cierra,
cuando la piedra que el sepulcro guarda,
aquélla con piedad, ésta con guerra
espantosa en la espada y la alabarda,
cuando ésta la razón de esotra encierra,
cuando aquélla la olvida y se acobarda,
en la Resurrección se les previno,
por la muerte, al vivir fácil camino.


Si cuando murió Cristo se rompieron
las piedras, que el dolor inmenso advierte,
mal los duros hebreos pretendieron
fabricarle con piedras cárcel fuerte:
como de sí, del mármol presumieron
la dureza, sin ver que, pues su muerte
le animó con dolor en su partida,
mejor le animará con gloria y vida.


Tembló el mármol divino; temerosa
gimió la sacra tumba y monumento;
vio burladas sus cárceles la losa;
de duplicado sol se vistió el viento;
desatóse la guarda rigurosa
del lazo de la noche soñoliento;
quiso dar voces, mas la lumbre santa
le añudó con el susto la garganta.


Es tal la obstinación pérfida hebrea,
que el bien que deseaban y esperaron


temen llegado, y temen que se vea;
buscaron luz, y, en viéndola, cegaron,
cuando, con ansia inútil, ciega y fea,
para sus almas muertas ya guardaron
sólo sepulcro, el que sirvió de cuna,
al que, vistiendo el sol, pisa la luna.


Levantáronse en pie para seguirle,
mas los pies de su oficio se olvidaron;
las armas empuñaron para herirle,
y en su propio temor se embarazaron;
las manos extendieron para asirle,
mas, viendo vivo al muerto, se quedaron,
de vivos, tan mortales y difuntos,
que no osaban mirarle todos juntos.


Apareció la Humanidad sagrada
amaneciendo llagas en rubíes;
en joya centellante, la lanzada;
los golpes, en piropos carmesíes;
la corona de espinas, esmaltada
sobre el coral, mostró cielos turquíes:
explayábase Dios por todo cuanto
se vio del Cuerpo glorïoso y santo.


En torno, las seráficas legiones
nube ardiente tejieron con las alas.
y para recibirle, las regiones
líquidas estudiaron nuevas galas;
el Hosanna, glosado en las canciones,
se oyó süave en las eternas salas,
y el cárdeno palacio del Oriente,
con esfuerzos de luz, se mostró ardiente.


La Cruz lleva en la mano descubierta,
con los clavos más rica que rompida;
la Gloria la saluda por su puerta,
a las dichosas almas prevenida;
viendo a la Muerte desmayada y muerta,
con nuevo aliento respiró la Vida;
pobláronse los cóncavos del cielo,
y guareció de su contagio el suelo.




Desde mi rincón .
Paloma-Almalibre.Octubre/12/2013.
 


 

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