Perdida soy en mi propia vida
muriendo por la orilla lejana del mar;
que la arena de plata, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieron pasar.
Ser salvaje, soberbia, perfecta, quisiera,
como una guerrera, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar...
Perder la mirada, distraidamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.
La noche, siempre es propicia para escribir estas letras y echar a volar la imaginación de cómo sería estar contigo. Al menos sé que por ahora podemos los dos observar la misma luna, las mismas estrellas... y eso me hace mucha ilusión.
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